El cuerpo en que nací (Guadalupe Nettel)
“Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho. No habría tenido ninguna relevancia de no haber sido porque la mácula en cuestión estaba en pleno centro del iris, es decir, justo sobre la pupila por la que debe entrarla luz hasta el fondo del cerebro”.
Este es el primer decir de Nettel, primer párrafo que apertura una larga y a la vez corta sesión en la que, desde el efecto de diván comienza una narrativa que emula un tejido de palabras que emergen desde una especie de asociación libre, sobre las marcas, trozos y huellas de su propia historia.
El cuerpo en que nací, es un título que invita a pensar dos momentos: aquel con el que se atisba a la vida, y los sucesos que darán lugar a ese hacer y habitar un cuerpo. En un recorrido hecho por pasajes de su infancia, durante una década marcada por las consignas político-sociales de los años 70 ‘s, la entonces niña habla del atravesamiento de sus miedos, secretos, su época y los efectos de ello. Historia que se hace escritura urdida por los avatares del nacer con una peculiaridad que toca la visión y su mirada. Mirar obturado en los primeros años, disciplinado en otros momentos,extraviado más adelante, factores que llevan a la protagonista a tocar los bordes de lo extraño y la exclusión como signos de su
diferencia. Sin embargo, la escritora quien en ningún momento de su novela devela como tal su identidad, da cuenta siempre de un resistirse y a la vez de su insistir en la vida a través de las letras.
Nos encontramos así con una voz viva todo el tiempo, desde una escritura que conmueve, a veces ante eventos y escenas dolorosas, a veces ante la descripción de sitios y eventos que son un tanto familiares a todo habitante de esta ciudad; pero siempre se encontrará un toque de humor como recurso benevolente ante lo adverso.
Cierto es también que, tomar la vida, como ella misma lo dice, dudar y poner en cuestionamiento algunos eventos que uno se cuenta, dar giros a la propia historia, tiene y da sentido. Es así como en su propio decir y a hacia el final de sus párrafos, habla de esa continua sensación de estar perdiendo el suelo, señalando que, quizá sean la caída de las certezas sobre ella misma y sobre lo que ha implicado habitar su cuerpo a partir de no ser la misma, después de que, más allá de plantear una intervención quirúrgica que termina por no ser, es ella quien interviene en la vida misma y hace un viraje.
Tomar la vida a riesgo de contar su verdad en una forma genuinamente autobiográfica, para dar cuenta sin impostura alguna, de sus tatuajes y cicatrices ceñidas y hospedadas de la forma que le fue posible y que nunca le fue fácil, es lo que esta gran escritora deja en cada página que nos invita a ver un intersticio de luz a través de su narrativa.