Adolescence
La miniserie británica creada por Jack Thorne, Sthephen Graham y dirigida por Philip Barantani, fue estrenada en 2025 llegando a niveles sumamente altos de espectadores, pero… ¿Por qué conmociona tanto? ¿Por qué resulta tan desgarradora? ¿Qué la vuelve tan perturbadora que aún se sigue hablando de ella?
Desde su inicio es desconcertante, pues técnicamente cada episodio es grabado en un plano secuencia, es decir, filmada en una sola toma sin interrupción alguna. Lo anterior logra que la lente de la cámara sea el ojo del espectador, generando una experiencia inmersiva que logra meternos a cada escena, haciendo que vivamos de manera directa y muy cercana cada uno de los sucesos que se van desplegando. Observamos así también, fallos, titubeos en la toma, desenfoques, movimientos abruptos que se vuelven parte de la concatenación de los efectos emocionales que se evocan.
Como premisa se nos muestra la irrupción violenta de todo un cuerpo policiaco a la casa de la familia Miller, la sorpresa es que van a detener al hijo menor, Jamie, un niño de 13 años acusado de asesinar a Katie, su compañera de colegio. Los primeros momentos además de crudos y confusos, interpelan constantemente sobre lo ocurrido y se deslizan por un no saber qué postura tomar, o con quién de los personajes generar cierta empatía. Muy tempranamente caerán los restos del velo ante la incógnita, un video muestra claramente que Jamie cometió el crimen, después, un padre se resquebraja quedando sin palabras, pero con el cuerpo y el rostro desfallecido ante la ineludible verdad.
El enigma ahora se centra en el ¿por qué del acto? Sin embargo, nuevamente la violencia institucional se dirige a encontrar una verdad sin escuchar. Algo pasa en ese colegio, algo sucede con los adolescentes que parecen hablar en otros códigos y vivir sus sufrimientos sin que estos hagan eco o sean visibilizados por el mundo adulto del que están rodeados. Es el hijo del detective quien advierte a su padre de ese otro lenguaje que no se está descifrando; señalando por lo tanto que, la cultura en la que estamos inmersos se caracteriza por la vigilancia a través de las cámaras, el exceso de imagen, la tecnología usada como un medio para buscar alcanzar ideales estandarizados y buscar aprobación en el sentido de ser mirados por los otros, aspectos que han gestado un tiempo sin mediaciones para las conflictivas psíquicas que nos atraviesan, permitiendo cada vez más la descomposición del lazo social y que ello se decante en des- bordes de lo que pudiera brindarnos cierto sostén.
Jamie comete un crimen de odio. Es nombrado “Incel” que apunta a ser un “célibe involuntario” bajo la consigna de ser un hombre que nunca será elegido por una mujer para tener relaciones sexuales. Lo que pulsa en él es la angustia de quedar sin un horizonte a ser elegido en algún momento, una condena a no ser mirado, quedando en el orden de lo excluido. Jamie queda atrapado por el señuelo de una mirada que devuelve las redes sociales y por el despliegue de violencia que genera la propia idea de rechazo. Sin embargo, probablemente no sea este el primer escenario donde el protagonista no se sentía mirado, pues por un resquicio de la historia se asoma el saber que para el padre, Jamie no era un buen jugador de fútbol, cuestión que le apenaba y al mismo tiempo le imposibilitaba admirar la habilidad que su hijo tenía para el dibujo.
Hacia el tercer episodio, nos encontramos con otro de los excesos hoy en día, la demanda de la evaluación, el diagnóstico, el estigma que borra al sujeto y por tanto no dejan espacio para la pregunta, la escucha y la posibilidad de restituir algo. Esta vez es la psicóloga encargada del quehacer de evaluar, quién a pesar de mostrarse sumamente angustiada ante un Jamie exasperado, clamando una vez más por ser mirado, fija su labor en un hacer desde la alienación al encargo. No busca una escucha en lo más mínimo, sino al igual que los jueces, provoca un hacerle confesar el crimen, para lo cual incluso seductoramente le llevará chocolate, mismo que termina derramado quizá como símbolo del fracaso de la propia escena montada. Lejos queda la posibilidad de que ese niño pueda hablar de su propio desconcierto, de su sufrimiento y también de explorar el acto de darle muerte a su compañera, es decir, de poder responsabilizarse subjetivamente de su dolor psíquico y del acto transgresivo propiamente. Bajo esta lógica también queda borrada la víctima, pues no sabemos más de ella a excepción de lo gritado por Jade, su amiga.
Asumir la consecuencia de aquello que no se puede borrar por más que se intente cubrir, es tal vez lo que acontece hacia el final de la historia en el intento por borrar y limpiar la camioneta intervenida. Después de trece meses, la familia vive la ausencia, los efectos de una sociedad que aún cuestiona el acto sin interrogarse a sí misma. Jamie asume cambiar su declaración, asume la responsabilidad. Su familia que no sabe cuánto más se podrá quebrar, asume la comisión de su hijo y que ese hijo fue criado con los mismos referentes que la hermana mayor. Asume que nada alcanza para criar a los hijos o para evitar que un hijo cometa un crimen, que no hay garantía absoluta, que no se puede eludir, que es necesario asumir las consecuencias y seguir caminando con las marcas de ello. Asume, que también se puede fallar desde lo parental.
La serie sin duda abre la pregunta: ¿Dónde reside el mal? En un adolescente que entonces hay que estigmatizar como vida perdida, en los padres y su educación, en la institución educativa, en la sociedad y la crisis de sus instituciones, o justo lo que viene a remover este material fílmico, nos arroja por un lado el que, la agresión – no la violencia- es constitutiva de todo sujeto, por tanto, en la adolescencia también habita el impulso destructivo y este se puede poner en acto; ello es quizá lo más insoportable de la serie. Por otro lado, nos permite pensar que no es sólo al interior de sí, donde se pueden hallar respuestas como lo hace la taxonomía médica psiquiátrica o la criminología; sino también en el mundo capitalista y por tanto patriarcal que habitamos y hemos construido. Los procesos subjetivos de nuestra época, están poniendo en acto sus efectos y ninguno estamos exentos de ello. Ninguna tecnología sustituye lo que debe hacer el lazo social hoy tan lastimado, por ello el crimen de Jamie nos toca tanto las fibras y ojalá nos toque la pregunta por un posible ¿qué hacer?
Delisa